PRIMERA CARTA A UN ESPAÑOLITO
Abres por primera vez los ojos sin ser todavía consciente de la suerte que has tenido de que tu madre resistiese la propaganda abortista y te trajera a este multicultural valle de lágrimas.
Y es que, entre una mayoría aplastante -y agobiante- de moritos, negritos y amerinditos, has nacido, españolito, en un hospital español.
Aún no lo sabes, españolito, pero eres uno de los últimos de tu estirpe. Blanco y europeo, tienes todas las papeletas para ser considerado un ciudadano de segunda por los sanedrines - omnipresentes, cursis, malvados, farisaicos...- de la ortodoxia progresista.
Te esperan, españolito, toda una batería de lavados de cerebro y de técnicas de control disfrazadas de programas docentes. Hay un ejército de profesores -y profesoras, y profesoras...- que te harán sentirte culpable por ser blanco, por ser europeo, por ser español.
Esa multitud de adoctrinadores- viscosos, fanáticos, santurrones...- deformará las hazañas de tus antepasados convirtiéndolas en relatos vergonzantes por los que hay que pedir perdón.
Te dirán que la lucha de siglos de tus ancestros para expulsar de nuestra tierra a los invasores musulmanes fue un ejercicio de islamofobia heteropatriarcal o algo así.
Te dirán que los españoles que descubrieron y civilizaron América fueron en realidad a llevarse el oro de los antropófagos- pobrecitos, tan cultos y astronómicos- que había por allí. Te dirán que la valentía, el honor y la dignidad son cosas anticuadas.
Que lo hay que ser es tolerante. Tolerante con todo, sobre todo con lo intolerable. Te harán ver como normal que los pasajeros de las pateras del mar o del aire, tengan prioridad sobre ti a la hora de acceder a cualquier ayuda financiada con los impuestos pagados por tus padres.
Hay esperándote un martilleo de redes sociales, programas de telebasura, telediarios falaces, películas subvencionadas y cómicos millonarios en la tele pública -tus impuestos vuelven- para entretenerte, aturdirte, mentirte y alejar de ti toda tentación de pensar por ti mismo.
Los anuncios publicitarios - homologadamente cursis, reglamentariamente multiétnicos, cuidadosamente feministas - te acostumbrarán a confundir la ñoñez con la sensibilidad, la mediocridad con lo correcto, la sumisión con la respetabilidad y la cobardía con la prudencia.
Te convencerán de que un trabajo mal pagado, una infravivienda y un patinete eléctrico son unas condiciones de vida maravillosas y ecosostenibles.
Si al final resulta que eres imbécil, serás un esclavo feliz. Si no eres imbécil, serás un esclavo amargado y resignado.
Y cuando, pasados unos años, dejes de ser útil como consumidor, como trabajador y como votante, es muy posible que en este mismo hospital por el que has accedido a la cochambre que un día fue una Patria, te den matarile - ellos lo llamarán "muerte digna"- y tus improbables hijos se sientan orgullosos de este gesto contra la superpoblación y contra el cambio climático.
J.L. Antonaya